lunes, febrero 22, 2010

Es oficial

Ya se fue el sobre. Lo puse hace algunos minutos en el correo. Así que el 22 de febrero de 2010 es la fecha donde se empieza la cuenta. Dicen que toma unos 15 meses. Pues será justo a tiempo, porque mi residencia se vence en junio de 2011.
Lo único complicado del trámite fue que la página de Immigration Canada estaba una lata hoy y no funcionaba. La necesitaba para imprimir el cálculo de las fechas, hacer el pago y obtener el recibo.
El sábado fue el día que cumplí el requisito: 1095 días viviendo en Canadá. Cómo vuela el tiempo!
Muchos consideran el regreso como una opción, yo incluído, claro está. Pero en lo que sí creo que todos estamos de acuerdo es en que no vale la pena regresar sino es con el pasaporte canadiense en el bolsillo.

domingo, febrero 14, 2010

Mi primera vez

Pasó de manera completamente inesperada. Y sí. Era tan grande como me lo imaginaba. Y es que apareció así, de la nada, me imagino como debe aparecer la muerte. Uno ni cuenta se da.

Ya otras veces había pensado que había llegado ese momento, pero siempre había sido falsa alarma. Pero la verdad es que yo no quería. Imagino que nadie quiere, pero en mi caso era una total convicción. Nunca tendría ni siquiera una primera vez. Pero pasó y ya estoy en vías de superarlo. De seguir adelante con la vida y con esta pena encima. Lastima que el tiempo no se pueda devolver.

Salíamos del hospital Charles Lemoyne, que está en remodelación. La salida del parqueadero provisional da al boulevard Marie, una calle de doble vía que lo lleva a uno directamente a Taschereau, ahí a media cuadrita. Aunque la calle es de doble vía, al salir del hospital hay varias señales muy claras que indican que se debe voltear exclusivamente a la izquierda, precisamente hacia Taschereau. Y yo lo sabía muy bien. No más cuando nació Lucía hace ya poco mas de un año, debí haber salido por allí unas cuatro o cinco veces. Y otras varias más luego de mi gastroenteritis y los exámenes de laboratorio. Y el viernes en la madrugada! Mejor dicho, no había duda alguna.

Estábamos muy bajitos de gasolina. Y allí, en toda la esquina de Marie y Taschereau, a la derecha, luego de salir a la izquierda claro está, hay una estación de gasolina de Petrobras. Así que decidí aprovechar para echar un poco de combustible y limpiar los parabrisas.
Cuando ya estábamos llegando cerca de la bomba, fue cuando ocurrió. Tal vez fue primero el sonido, o primero las luces? No recuerdo.

El caso es que estaba allí. Negro. Camuflado. Con sus luces rojas y azules. Pequeñas. Pero ya era indudable. Ya el yo, o el conciente, o uno de esos, empezaba a aceptar la realidad: Había allí, detrás de nosotros un carro de policía (aunque no parece uno) que tenía encendidas las luces de emergencia y que hacía sonar la sirena para que nos percatáramos de su presencia. Todas las demás veces había sido nada. O el carro viajaba inocentemente detrás nuestro o simplemente las señales eran para alguien más. No esta vez.

No teníamos ni idea de que era lo que había pasado. De hecho Juana alcanzo a darse cuenta de que no traía el cinturón. Ella iba en el asiento trasero con la nena. Yo le alcancé a decir que podíamos usar como excusa la herida o algo. Que no era capaz de ponerse el cinturón.
Efectivamente grande. Inmenso. El policía debía medir como 3 metros y medio. Sólo le faltó haber golpeado con los nudillos en la ventanilla. Después de saludar me dijo que en la intersección había 4 señales que indicaban que se debía voltear a la izquierda. Claro, le dije. Y eso fue lo que hice, agregué. No. Usted no lo hizo. Qué? No podía creerlo. Yo sabía que había volteado a la izquierda o si no, como diablos estaba yo allí en la estación de gasolina? Yo intenté bajarme del carro para ver que era lo que había pasado. El hombre dijo que luego de entregarle mi licencia podría bajarme a verificar. Licencia y registro, por favor. Como en las películas. Hagan de cuenta.

Cuando me bajé y el policía me mostró el sitio, no tuve mas remedio que decirle que tenía toda la razón.

Resulta que saliendo del hospital, inmediatamente allí, sobre la calle Marie, hay una entrada de acceso a la estación. Y esa fue la que yo tomé. Tan pronto como entré al área de la estación, giré a la izquierda. Pero ya era tarde. Para la ley, yo había violado la orden de voltear a la izquierda.
Y es que uno cree que la señal es para impedir que la gente tome a la derecha. O lo que sea. Pues fue un descuido tonto y ahora me toca pagar.

Le pregunté que cuántos eran los puntos por esa infracción. Cero. Ok. Y cuánto es el costo? 100 dólares. Más costos. Bueno, uno se imagina que los costos deberían ser una pequeña porción de la multa. 15? 20? 54!!! Total. Ciento cincuenta y cuatro dólares.

Fue la primera vez, pero la madre que tiene que ser la última!

sábado, febrero 13, 2010

El sistema de salud en Québec

Antes de que me caigan los anónimos que piensan que yo sólo hablo mal de Canadá, debo aclarar, y antes de que lean esta entrada, que yo pienso que está bien el sistema de salud en Québec. No se puede esperar que un sistema sea universal y gratuito y además perfecto en calidad de atención y servicio. Yo, lo prefiero así. Que todo el mundo, con empleo o dinero o no, tenga acceso a un sistema de salud decente, aunque repito, no perfecto.
Pues a Juana le salió un nacido. Para los no colombianos, un nacido es un grano de tamaño relativamente grande y con alta tendencia a infectarse. Hace como 8 días.
El jueves finalmente fue al médico, porque la convencí. Fue a una clínica sans rendez-vous. Esperó como de 1 pm a 4pm. Ella ya había recibido atención allí en menos de una hora para algo más antes, ya ni recuerdo.
La doctora ya se iba, pero la alcanzó a atender. Cuando vio la cosa, le dijo: No. Yo no puedo hacer nada por eso aquí. Le voy a recetar unos antibióticos. Venga mañana para que le hagan una cirugía. Sí. Cirugía. En todo caso, si mañana no se puede, se va para el hospital. Ni la tocó.
Viernes. Juana regresó a la misma clínica. Otra vez de 1 pm a 4 pm. Le tocó preguntar porque tampoco pareciera que la fueran a atender. Imagino que fue el cirujano. El caso fue que le dijo que él no podía hacer nada. Que fuera al hospital. Viernes, 4 pm! Es decir, luego de ya 6 horas acumuladas de espera, la conclusión profesional es que debería ir al hospital. Ahora que vemos la cosa en retrospectiva, debimos haber ido al hospital desde la primera vez.
Juana llegó al hospital pasaditas las 4 pm. Yo me le uní sobre las 8 de la noche. La espera fue la esperada: casi 10 horas. Antes de las 2 am nos hicieron pasar a una de las cabinas donde atienden los médicos. A esperar. Hasta nos dormimos, creo.
El doctor llegó sobre las 2 y media de la mañana y viendo la cosa desde la puerta, preguntó: Qu'est-ce qu'arrive? (Qué es lo que pasa?). Y yo le tuve que señalar, como si hiciera falta y le dije: Ça arrive (Eso es lo que pasa).
El hombre medio tocó, metió un par de copitos Johnson's. Juana echó sus madrazos. El hombre lo que hizo fue medio examinar. No estirpó, no extrajo, no drenó. No nada. Que le iba a mandar antibiótico intravenoso.
Al rato llegó la enfermera que le puso el catéter, y le aplicó la droga. Que volviéramos a las 9 am para una evaluación del progreso.
Salimos pasadas las tres y media de la mañana.
9 am. Sábado. La principal conclusión de la evaluación fue que a Juana no le habían hecho nada. Nada de drenaje (como decía el reporte). Nada de nada.
Esta doctora sí la hizo lavar, limpiar, puesta de mecha, madrazos, lagrimas y demás.
Uno no entiende como sólo el cuarto doctor en la fila hizo el trabajo. Los demás, literalmente le sacaron el cuerpo.
Sábado 12 del medio día. 23 horas después de haber empezado los intentos del viernes!
Lo chévere del asunto fue el tratamiento ordenado. En lugar de hacer que el paciente regrese o que se haga inyectar o se inyecte por sí mismo, le dejan el catéter instalado, le dan la droga y los utensilios, jeringas, cánulas, etc. y dejan que él mismo se autoaplique las dosis. De esa forma, antibióticos intravenosos en casa.
El catéter, bien instalado y protegido de la humedad o la contaminación.
Eso sí nos gustó.
Juana va bien. Gracias.

martes, febrero 09, 2010

Las cuentas

Yo las había hecho con mucho cuidado. Tengo una hoja de cálculo y todo donde pongo las fechas de salida y entrada de Canadá. Por ahí derecho, se los aconsejo. Lleven un buen registro de las suyas. Las van a necesitar.
Pero en mi cuenta me daba que sólo podía pedir la ciudadanía el 17 de marzo próximo.
Con los 3 días que me gané porque no recordaba que las salidas de un sólo día no se descontaban, entonces la cosa sería como el 14 de marzo.
Inmigración Canadá tiene una página donde uno puede introducir la fecha de llegada, la fecha en que uno se volvió residente, los tiempos afuera, los tiempos en prisión y demás. La página entonces calcula si uno puede o no solicitar la ciudadanía. Y si no, le dice cuándo lo puede hacer, bajo el supuesto de que usted no va a salir más, claro está.
La página dijo que yo podía el 20 de febrero. Me gané un mes y no se cómo. El 22 aplico.
La regla es simple. Usted tiene que haber vivido en Canadá 1095 días durante los últimos 4 años. 1095 días son exactamente 3 años de los de 365 días. Y si ellos consideran los últimos 4, pues obviamente quiere decir que los 1095 días pueden ser no continuos.
Yo ya tengo listo los papeles. Son medio fáciles. Un formulario de 4 páginas, la página del cálculo impresa, y copias de la confirmación de residencia permanente y la tarjeta de residente. Se deben adjuntar copia de otros 2 documentos con foto. Sirven la maladie, la licencia, el pasaporte. 2 fotos con ciertas especificaciones. Y copia del recibo de pago. 200 CAN$, antes de que pregunten.
Aquí los formularios para un adulto:

domingo, febrero 07, 2010

Pilas con el negrito

Debo empezar aclarando que no soy racista. Algunos de mis mejores amigos de toda la vida tienen ese tinte en su piel.

Pilas con el negrito. Podría tener una camiseta colorida. En nuestro caso, la tenía de color naranja fuerte.

Ya nos habían advertido en Cali, en Bogotá, la aerolínea, los asistentes de vuelo. Todo el mundo lo había dicho y por tanto lo sabíamos. Llegando a Nueva York, tienen que tomar las maletas y volverlas a depositar en la banda transportadora. Por razones de aduana. Igualitico que entrando a Canadá por Toronto.

Pues eso hicimos. Tomamos las maletas, luego del proceso de inmigración, y seguimos las indicaciones y anuncios para la gente que tiene conexión con otros vuelos. Y como nosotros viajábamos a Burlington, pues estábamos incluidos en ese grupo.

Cuando llegamos a la sala, alguien nos indicó que debíamos poner las maletas junto a la banda transportadora. Junto. Aún no en ella. O alguien lo haría más tarde. Nunca supe.

Luego de poner las maletas allí debíamos hacer la fila que iba hacia la zona de inspección. Creo que la famosa. La de los colombianos llegando a Nueva York. La que se supone que hace que uno se sienta humillado y demás cosas que cuentan de ese mito. Donde lo esculcan y desnudan a uno. La de los cuartos privados. Nunca supe.

Cuando nos dirigíamos a la susodicha, el negrito, que ya nos había estado señalando la fila, se nos vino encima y empezó a señalar a Juana y a la bebé (que venía en el coche). Que la señora tiene que subir al tercer piso usando el ascensor. Ok. Gracias. Nosotros seguíamos intentando hacer la fila. Pero el negrito insistía. Que ella tiene que usar el ascensor, que con el coche no puede subir por las escaleras. Ok. Gracias. Muy amable. Pero que la señora… Entonces le pregunté que qué era lo que quería. Nada. Que la señora tiene que usar el ascensor porque el coche… Ok. Pero no debemos hacer la fila para…? No. No. Que la señora… Pero ya? Sí. Sí. Ya. Que suba al tercer…. Ok. Y entonces cómo hago para encontrarme con ella? Allá. En el tercer piso se encuentran, cuando usted salga de la inspección. Ok. Gracias.

Pues Juana y la bebé salieron de la sala en busca del ascensor. No había más remedio. Ante la insistencia del negrito…

La fila estaba desocupada. Yo llegué donde el oficial que había tenido una mala noche. Le presenté los pasaportes de los tres y los pasabordos. Hágame el favor de poner cada pasabordo con cada pasaporte, me dijo. Ok. Eso hice. Y cuándo se los entregué me dijo: Y su esposa? Qué! Pues el muchcho que está allí (y señalé) (y no lo llamé negrito) el de camiseta naranja nos dijo que ella… Qué qué? Sí. El muchacho que está allá nos dijo que ella tenía que usar el ascensor para… Quién? Pues el muchacho que… No señor! Para inspeccionarlos, todos tienen que estar aquí! Sí. Pero fue que el muchacho (yo seguía evitando llamarlo negrito) me dijo que… Pues aquí tienen que estar todos! Que pena. Entonces por favor dígale al negrito que no diga que… Qué quiera que le diga???? Ok. Ok. Y entonces qué hacemos ahora? Pues vaya y busque a su esposa! Ok.

Le eché madres a ya saben quien. Pa’ qué que eso hice. Obviamente en la cabeza, pero lo hice. Ya rezaré algunas Ave Marías por eso. Tomé los pasaportes y los pasabordos y salí volado en busca de Juana y la bebé. Se me ocurrió que si las instrucciones habían sido erróneas, nos íbamos a perder.

Encontré a Juana en el tal tercer piso y nos devolvimos para intentar continuar con nuestro proceso.

Pues no. Al intentar regresar a la sala un vigilante nos impidió el paso. Es que en los aeropuertos no siempre se puede volver a entrar por donde uno ya ha salido. Le traté de explicar lo que había ocurrido. El caso fue que no nos dejó entrar. Llamó a los gritos a alguien de Delta. Nadie vino. Nos dijo que esperáramos ahí que más adelante vendría alguien de equipajes. De equipajes?? Nosotros no tenemos ningún problema con nuestro equipaje. Nada. Esperen aquí.

El de equipajes. Todo un personaje. Como alemán, creo yo. Eso pensé por su acento. Y venía seguido de 4 o 5 colombianos. En filita. Pues el señor se metió en una oficina y el primer colombiano se le pegó. Yo me puse como en el segundo lugar, pero a distancia prudente. El segundo colombiano se me pegó a mí. Una persona homosexual, se me ocurrió. Que sigamos al señor, eso nos dijo, me dijo como empujándome para que nos pegáramos al primero. Hombre, pero tampoco! Esperemos que atienda al otro coterráneo.

Pues pasaron como cien años mientras atendía al primero. Se me ocurrió que el funcionario era una de esas personas afortunadas que ya descubrieron que nada debería ser urgente, que la vida es bella, que cada minuto hay que disfrutarlo como el último y cosas así. De una parsimonia! Explicaba con lujos de detalles al compatriota el proceso para recuperar sus maletas y el cómo de lo desafortunada de esa situación que él hubiera, y que todos hubiéramos, preferido no hubiera sido así y de como si se seguían adecuadamente el conjunto de instrucciones que estaba por impartirle todo se resolvería y haría que el infortunado evento, totalmente fuera de control y de toda previsión de parte de él como funcionario y de la compañía que el muy orgullosamente representaba….

En fin.

Luego de los cien años, pues me tocó el turno a mí. Al fin y al cabo yo estaba allí antes que los demás infortunados.

Buenos días, señor. Mire, es que yo estaba depositando las maletas al lado… y entonces vino un muchacho… Sus tiquetes de las maletas por favor! No señor, muchas gracias. Yo no tengo ningún problema con mis maletas. Lo que ocurre es que yo… Sus tiquetes de las maletas! Señor, pero si yo estoy aquí es porque… Los tiquetes! Le entregué los tiquetes de las maletas. Ayayay. El hombre tecleo los números en su computador. Como si fuera su primer día de trabajo. Como si tuviera 18 años y nada, nada le importara de la vida.

Tenemos un problema. Sus maletas ya están en la aduana. Sí. Gracias. Yo sé que no están perdidas… Espere allí! No. Señor lo que pasa es que… No. Usted debe esperar! Perdón? Usted debe esperar. Esperar a qué? Esperar a que yo atienda a todas estas personas. Pero si mis maletas… Haga el favor de esperar a que yo atienda a todas estas personas. Y dónde debo esperar? (Yo ya resignado a que no iba a haber una solución fácil). Espere allí (y me señalaba una pequeña área de espera a la entrada de la oficina).

Yo me retiré, echándole más madres adivinen a quien? Yo hacía la cuenta. Cuatro multiplicado por cien años, eso son como mil años! Y nuestro vuelo era como en una hora! Y vuelos de Nueva York a Burlington deben ser casi tan frecuentes como los vuelos a Alaska o algo así!

Juana me decía que comiera bananito. Que eso era bueno para el estrés.

A los mil años, el hombre nos atendió, nos hizo mostrarle en un catálogo la forma de las maletas, nos preguntó si venían aseguradas con algún candado, nos pidió la llave del candado, nos sacó de la oficina, nos dijo que los esperáramos y desapareció.

Otros mil años después apareció diciendo que no había ningún problema. Que las maletas ya iban rumbo a Burlington. Y más importante aún. Que respetuosamente quería hacerme una sugerencia importante. Es muy importante e imperativo que cada vez que usted vuele haciendo escala a través de suelo americano, se asegure de seguir el procedimiento según el cual las personas en tránsito deben, y es su responsabilidad acometer y seguir estas instrucciones, tomar siempre su equipaje, sin importar la proveniencia o lugar inicial de partida, para luego depositarlo en la banda transportadora. Es por razones de aduana, me dijo.

No me diga!

Yo ya estaba al borde. Así que respiré profundo y dejé que el señor terminara de darme su sermón. Al final, como otros quinientos años después, el señor, como mágicamente y sin ningún aviso previo, se quedó callado. Parecía que había terminado de expresar sus ideas.

Usted me permite una palabra? Le dije. Sí. Claro. Señor, es que usted no me ha permitido explicarle que ese fue el procedimiento que yo seguí. Lo que ocurrió fue que un negrito… (y según recuerdo, esta vez si no me aguanté y lo llamé negrito, que pena). Ustedes ya saben el resto de la historia que le conté.

Ni me acuerdo que nos contestó. Salimos volados para tratar de alcanzar el avión.

Me quedé con la duda sobre qué era lo que pasaba en la tal fila de seguridad. Y como yo soy cuadriculado, pues me quedé con la sensación de que ese cabo había quedado suelto, que ese proceso estaba mocho, que cómo iba a hacer para seguir con mi vida sin haber seguido el procedimiento…

Para encontrarnos con otras dos o tres líneas de inspección para abordar el siguiente vuelo. Quitándonos zapatos, correas, sacando la bebé del confort de su sueño en el coche, etc. Ayayayay.