sábado, junio 25, 2011

3 historias

Ya tendrán ustedes la oportunidad de decidir cuál les gusta o que impresión les dejan. Seguro debo empezar por disculpar la ausencia. Supongo que es un poco el hecho de que cada vez más todo es cotidiano y es la vida normal y por tanto no encuentro mucho que contar.
A Victoria se le dislocó un codo. Al principio no sabíamos qué era lo que tenía la nena. Ni siquiera sabíamos que era en el codo y no estábamos tan siquiera seguros de que en realidad hubiera algún problema médico. Todo parecía parte de una de sus pataletas. Después de discutirlo un poco, decidimos llevarla a un hospital. Juana ya había propuesto que esperáramos hasta el día siguiente, para no tener que pasar toda la noche en un hospital simplemente esperando. Ella creía, de acuerdo a una experiencia de Dani, que el radiólogo o lo que se necesitara iba a aparecer a las 8 de la mañana del día siguiente. Eran cerca de las 10 de la noche, si mal no recuerdo.
Miguel nos había recomendado un par de meses atrás el Hospital Judío. La atención allí era mucho más rápida y de mejor calidad que en la mayoría de los centros hospitalarios. Yo ya había tenido la oportunidad de verificarlo en carne propia y dos veces. La primera, un día que acompañé a Ángela Cachetes por un problema en su oído. Poco menos de 2 horas entre la entrada y la salida. Otra visita mía había tomado un poco más de 2 horas en un día mucho más ocupado. Para los que no lo sepan, 2, 3 o 4 horas en una sala de urgencias es un tiempo fabuloso en Québec , pues el tiempo promedio puede siempre estar cerca a las 8.
Cuando llegamos con la nena no había nadie en el triage. Éramos los únicos y pasamos inmediatamente. Tan pronto como la enfermera vio que el asunto se trataba de Victoria nos hizo una señal con su dedo al mismo tiempo que nos decía que no, que allí no podían atender niños. Era un hospital sólo para adultos y yo no lo sabía. Nos dijo que nos dirigiéramos al San Justín que quedaba un par de calles más hacia el este. Apenas escuchamos eso le agradecimos por la información y dimos media vuelta para partir. En ese momento ella nos habló con un tono autoritario diciéndonos que no podíamos salir del hospital. ¿Qué? No entendíamos. Si no atendían niños y nos había sugerido otro sitio, ¿por qué no podíamos salir?
Pues la parte buena de la historia. Aquí, una vez que un paciente ha llegado a una sala de emergencias, sin importar su gravedad o la disposición para atenderle o no, debe ser evaluado por un médico. Excelente! Claro, ellos no pueden correr el riesgo de que el caso sea serio y el paciente pueda agravar su situación o incluso fallecer durante su viaje a otro centro hospitalario. Es decir, una sala de emergencias es ante todo eso, un sitio para atender verdaderas emergencias. No pasaron más de 2 o 3 minutos antes de que aparecieran dos personajes. El primero, un médico súper atento que en menos de otro minuto descubrió el problema, la dislocación, y procedió a resolverlo de inmediato con un ligero y suave movimiento de su mano sobre el antebrazo de la nena. Victoria cambió inmediatamente su semblante y dijo que ya no le dolía. Yo sabía que era cierto y que su sufrimiento se había detenido. El segundo personaje era del tipo administrativo e hizo todo el papeleo casi que en el mismo tiempo que le tomó al médico curar a la niña.
Igual nos remitieron al San Justín. Muy lindo el hospital, especializado en niños, y excelente el servicio. Excepto por las 3 o 4 horas que pasamos para que a la nena ni le tomaran una radiografía. El médico allí decidió que la nena estaba muy bien.
A unos amigos míos a los que queremos mucho les desocuparon el apartamento. Ellos viven en un vecindario normal, en una ciudad normal. De hecho, nosotros también vivimos allí antes. Su apartamento queda en un primer piso en un edificio de apartamentos pequeño. Se les robaron todos los equipos electrónicos, computadores y su nuevo televisor super gigante de pantalla plana. Se les robaron sus iPods y demás cacharros con cables y todo.
Todo ocurrió el jueves en la noche. Cuando ellos llegaron sobre las 10 alcanzaron a cruzarse con los ladrones. El asunto no paró en nada bueno y hasta la policía los quiso inculpar de negligencia. Mi amiga tuvo la oportunidad de perseguir a los ladrones y casi resulta arrollada por uno de ellos cuando huía en el carro donde transportaron los elementos. Cuando le pregunté a ella si los había visto y sobre la nacionalidad de los vándalos la sorpresa ante su respuesta fue grande: quebecos.
Es sólo una historia para recordarles a los inmigrantes que cuando vienen a Canadá no vienen al paraíso.
Esta otra amiga mía era contadora pública en Colombia. Al igual que muchos inmigrantes tomo un camino bastante común: francisación y estudios en Canadá. Ante el supuesto requisito de ser miembro de la “orden” y de tener experiencia canadiense, pues tomó la decisión de prácticamente repetir su carrera. Incluso, ya tenía planes para hacer una maestría una vez finalizara su BAC. Este tipo de ideas se le va a pasar a usted por su cabeza, una vez esté aquí.
Alguien le comentó sobre una oportunidad de trabajo en Revenue Canada, la agencia que administra los impuestos y la mayoría de las prestaciones a nivel federal en el país. Por supuesto al principio ella no consideró la opción. Era claro que le faltaban todos los “requisitos” (ojo a las comillas) necesarios para obtener un puesto de esos y más tratándose de una posición pública en una de las más apetecidas agencias del gobierno.
Al final, se convenció de que no tenía nada que perder. Y no perdió. Ganó un concurso entre algo así como mil aspirantes. Resolvió así todos los problemas que uno tiene en Canadá. Tiene un empleo permanente y con excelentes prestaciones con uno de los empleadores más envidiables que se pueda encontrar.
Por supuesto, abandonó el estudio actual y sus planes de seguir estudiando por esa línea. Descubrió que no hubiera sido necesario y que desde el principio pudo haberse atrevido.
Por ella y su familia, estamos súper contentos.