sábado, agosto 22, 2009

Un bañito de ruda o alguna otra clase de riego o rezo

Eso parece ser lo que necesitamos. Es que ya hasta habíamos cantado victoria (así, con minúscula). Este verano no nos había pasado nada en el lago Deux Montagnes navegando con Lorenz. No nos había.

Recordarán los asiduos lectores que en el primer verano que vinieron mis nenas, tuvimos un pequeño “naufragio” de la canoa que se ata al bote y que las niñas terminaron en el agua, incluyendo a Mariajo debajo de la misma. En el verano pasado Dani se dislocó un hombro, tratando de regresar al bote. Esa lesión le quedó medio permanente porque recientemente se lo dislocó de nuevo jugando tenis en la Wii. El médico le prohibió jugar tenis. Que ni en la Wii.

En este verano las cosas ocurrieron así: Al bote velero venía atada la famosa canoa y a ella, a su vez, un pequeño bote salvavidas. Éste último no tan frágil como los inflables para piscinas y niños. Estaba mas bien construido en un material parecido a las lonas de las carpas. Resistente diría uno.

María del Mar, en la canoa. Maria José en el pequeño bote. Todos los demás, incluidos mis amigos María Isabel y Alain, su hija Sofía, Juana, Victoria, Lorenz y yo en el bote grande. El viento estaba fuerte y algunas de las pasajeras venían medio asustadas por las obvias inclinaciones del bote por efecto de la fuerza del fenómeno natural.

El lago estaba picado, también en razón del viento. Por picado me refiero a que el oleaje era fuerte. Ya veníamos de regreso para la casa de campo de Lorenz. Súbitamente, María Isabel gritó algo. Que la nena, que no se qué. Cuando volteamos a mirar, el pequeño bote en el que venía Mariajo se había quedado estancado, como si no estuviera ya amarrado a nosotros, había prácticamente desaparecido y Mariajo estaba flotando y gritando con las manos extendidas. Lejos. A unos 300 o 350 metros diría yo. El velero se alejaba a muy buena velocidad y cada vez veíamos más lejos a la nena.

Lorenz inició la maniobra para regresar. Entenderán ustedes que no se trata de un carro y que no se puede simplemente voltear el timón o echar reversa. Yo quería tirarme de inmediato al agua pero Lorenz dijo que no hacía falta.

Pasaron varios minutos mientras regresábamos por la niña. Yo sólo pensaba en la mala suerte y trataba de imaginar qué podría haber pasado. No podía creer que la nena tuviera otro susto, casi en las mismas circunstancias de hacía 2 años.

Cuando estábamos suficientemente cerca, convencí a Lorenz de dejarme saltar. No porque fuera realmente requerido para el rescate sino porque quería consolar a la nena y hablarle mientras la sacábamos. Pues salté. Juana dice que siempre lo hago estilo Baywatch (ella lo pronuncia mal y chistoso, algo así como Weywash).

Cuando llegué donde la nena, vi que el botecito estaba prácticamente desinflado. De no ser por dos pequeñas recámaras independientes que hacían el “piso”, lo demás ya estaba sin aire y los restos apenas flotaban. Mariajo estaba llorando y diciendo que había sido una tormenta. Qué pesar. Ella ya había venido hablando del Titanic y cosas parecidas. La muchacha no es una muestra de optimismo.

Yo empecé a hablarle con el objetivo de distraerla. Ya llevaba menos de un minuto con ella cuando sentí una inmensa sombra que me cubría y luego un golpe fuerte en la parte trasera de la cabeza.

Dizque todos me habían estado gritando para avisarme: “La canoa!”. Incluso María del Mar que aún seguía en ella. Pues resultó que la canoa pasó detrás de mí, a la velocidad del velero y me golpeó. La suerte estuvo en que no fue lo suficientemente fuerte para noquearme. Después hacíamos cálculos y la cosa hubiera estado complicada. Juana no es gran nadadora y sostenía a Victoria. María Isabel igual, con Sofía. Alain no parece ser tampoco un nadador. Sólo nos queda Lorenz, quien entiendo por ninguna razón podía abandonar el bote. Él es el capitán y el responsable del resto de la gente.

Con el golpe, Mariajo y yo quedamos separados nuevamente. Cuando regresé, le seguí hablando. Le hablaba de lo “rápido” que Lorenz había volteado el barco para regresar, de la suerte de tener en qué flotar, de lo cansado que ya estaba con el esfuerzo. Ella decía que también estaba ya cansada y entonces simplemente nos agarramos al resto de botecito y nos dejamos llevar.

Ellos llegaron hasta nosotros y sacaron a la nena. Yo subí al bote por mi cuenta.

Qué día. Llegamos a la casa de campo. Lorenz y yo íbamos a competir esa noche. Entonces decidimos que yo me quedaba con el carro. Las llaves, los papeles y el celular los dejé bien empacaditos en el estuche de la cámara fotográfica. Juana y las muchachas se iban a regresar con Alain y María Isabel aprovechando que ellos tenían espacio.

Nos despedimos en la casa, pues ya se nos hacía tarde. Chao. Ustedes cierran. Lorenz y yo regresamos al bote, corrimos y ganamos. O por lo menos creo que le ganamos al bote al que había que batir. Ellos se fueron.

Al regresar de la carrera, no había estuche de cámara por ningún lado. Alguien del combo se lo llevó por accidente y estaba en casa de María Isabel. Juana y las nenas partieron entonces para la casa y Lorenz me tuvo que conducir hasta allí para recoger las llaves. 45 minutos. Otros 45 minutos regresando a la casa de campo por el carro. Otros 45 minutos para llegar a la casa.

Échenle una buscadita en el mapa. Del lago Deux Montagnes a Brossard.

La cuerda con que venía amarrado el botecito no se reventó, ni se soltó del aro al que se amarra. La fuerza del oleaje rasgó la lona arrancando un trozo de la misma, con aro y todo. Esa fue la lección. No se puede confiar en esos materiales cuando el oleaje está fuerte.

Se reciben sugerencias. El bañito de ruda será para nosotros, para Lorenz, para el bote?

viernes, agosto 14, 2009

Anochecer de un día agitado

Sábado. La levantada como a las 6 am después de no haber dormido casi nada en la noche, en parte por el cansancio de la empacadera y en parte por un poco de excitación respecto de todo lo que se venía encima.

Nos tocaba desayunar en la calle porque supuestamente en la cocina ya no habría nada. Desayuno quebeco en un restaurante que casi no encontramos. Delicioso como siempre pero un poco a la carrera. Nos tocaba estar a las 9 am en la nueva casa. Los del lavavajillas habían llamado un par de semanas antes para coordinar la entrega para ese día, el 1 de agosto. Que igual nos iban a llamar un poco antes para reconfirmar. Efectivamente reconfirmaron el jueves, puntualitos. Que listo, que confirmado para el sábado 1 de agosto. Que una máquina del sistema automático nos iba a llamar el viernes para darnos el rango de horas en el que deberíamos esperar el despacho. Efectivamente, recibimos la llamada de la máquina el viernes informando que el sábado 1 de agosto entre 9 am y midi (12 m) sería entregado el lavavajillas. Por eso la carrera del desayuno.

Pero quién se quedaba en la nueva casa esperando? Pues yo. Juana aún tenía mucho que empacar y ella era la que sabía qué iba en dónde. Y las niñas, las grandecitas, obviamente conmigo. Ellas estaban locas desde la noche anterior cuando nos entregaron las llaves. Victoria, obviamente con la mamá. Pues ni tan obvio. Juana me la empacó!

Pues nos dieron las 10 am en la nueva casa, sentados en el piso, mirando pa’l techo, las mayorcitas, Victoria y yo. En ese momento caí en cuenta que yo tenía que estar en el metro de Longueuil a las 11 am para recoger a Javier, de pronto a su hijo y a mi otro amigo John Jairo. Todos venían a ayudar para el trasteo.

Ya Miguel había llamado para preguntar que por dónde empezábamos o que qué hacíamos. Fabricio igual. Que ya venía en camino. Miguel decidió entonces empacarse en su camioneta la lavadora, la secadora y el comedor que estaban en su casa (esa es otra historia que ni prometo contar).

Qué hacer? Cómo hacer para esperar el lavavajillas y al mismo tiempo ir a Longueuil? Imposible.

Una opción era que Miguel se trajera a Juana para la nueva casa y yo irme. Pero Miguel aún no salía. Nada que hacer. Me tocó dejar a las mayorcitas solas mientras me volaba por Juana. Les dije que usaran señales o lo que fuera, en caso de que llegaran con el lavavajillas. Volando con Victoria, solos. Recogimos a Juana y nos la trajimos para la nueva casa. Juana no alcanzó a empacar nada.

Yo llegué a Longueuil donde recogí a John Jairo, a Javier y a Andrés, hijo del último. A Miguel nos tocó pedirle el favor de que nos esperara en la vieja casa, pues allí no había ya nadie.

Con los hombres en el carro, arranqué para Boucherville, a recoger a Abelardo, que obviamente también quería ayudar.

Cuando llegamos a la vieja casa, Andrés, Javier, John Jairo, Abelardo y yo, Miguel ya nos estaba esperando. Fabricio decidió lavar el carro antes, así que aún no llegaba.

Miguel ya había descargado comedor, secadora y lavadora en la nueva casa y nos estaba esperando en la vieja.

Pues en esa camioneta empacamos prácticamente todas las cajas. Como en 15 minutos. Gracias a la agilidad en el acomodamiento de parte de Miguel y Javier. Y a la velocidad de los demás bajando cajas.

Miguel y Javier arrancaron para la nueva casa, mientras nosotros, los demás, buscábamos a Fabricio para que nos prestara los tirantes que traía para subir los electrodomésticos pesados. Pues cuando llegamos a la nueva casa Miguel y Javier ya habían descargado todas las cajas. Increíble. En otro santiamén, quedaron en su sitio la lavadora y la secadora.

Miguel se tuvo que ir a mercar. Eso dijo y tocó creerle… Lo bueno fue que se llevó a las mayorcitas para que se entretuvieran con las de él. Ahí se le agradece a Rafa el esfuerzo.

Yo me llevé a todos los demás muchachos para la vieja casa para ir organizando lo que restaba: muebles, colchones y demás. Allí los dejé y me fui a recoger a Dani y Luzma. Ellos debían acompañarme para ir a buscar el camión. Dani se quedó con el carro mío y yo conduje el tiesto de camión hasta la vieja casa para cargarlo.

Ya Fabricio había llegado. Organizó magníficamente el cargue. Por supuesto ya con Dani se completaba una buena cuadrilla y rindió mucho más.

La otra campeona fue Luzma. Aunque no nos había podio colaborar en la mañana, por pura falta de coordinación, se reivindicó haciendo tal vez lo más cansón de todo en un trasteo: empacar “lo que falta”.

A la hora del desembarque, en la nueva casa ya había por lo menos cervezas y gaseosas para refrescar las gargantas. Maryit y Felipe no hicieron nada menos que fríjoles para todos. Los cargaron hasta la casa y tuvimos un almuerzo en familia delicioso. Un poco presionado por el sindicato que me armaba la cuadrilla, se debe reconocer.

Al final del día, después de devolver el camión quise ir a recoger las nenas y no las encontré. Pues ya estaban en la casa, con Miguel, Rafa y familia. Pues como si fuera poco, estaban ayudando a desempacar y a organizar lo básico, cocina y demás.

Pues Miguel venía armado de herramientas y en un buen rato logramos armar camas y cuartos.

Fue más el corre corre y la organizada de tantas manos que querían colaborar. Finalmente todo salió perfecto.

A Miguel, Rafa, Javier, Andrés, John Jairo, Abelardo, Fabricio, Dani, Luzma, Maryit y Felipe, mil gracias. A las familias que nos los prestaron, igual. A Ruth, que nos prestó el carrito para cargar y que Andrés usó magistralmente para mover nevera, estufa, sofás y de todo, también!

El lavavajillas nunca llegó. Al día siguiente fui a anular el negocio. Que por qué preguntaron en el almacén. Que tranquilo que la entrega está programada perfectamente para el 5 de agosto. Sí, cómo no!

post scriptum (ps): Se me olvidaba Rochi! Sólo tiene 8 años y es hija de Maryit y Felipe. Cargó más que muchos, incluso mientras 12 estábamos parados discutiendo y haciendo chistes sobre el espacio de la nevera. Mil gracias a ella.

ps2: Me acaban de reclamar mis hijas. Es que yo no estaba cuando ellas cargaron montones de cajas y ayudaron a subirlas. Mil gracias a ellas también.